Puede que mi amor incondicional por Artemisa venga de aquella sensible historia fundacional, tras “albergar” por un incendio en abril de 1802, a muchas familias de los Barrios de Jesús María y Guadalupe, vecinos de la otrora Ciudad de la Habana, o tal vez por lo distintivo de vivir cerca de un cafetal como Angerona o enorgullecerme de otro Monumento Nacional como el Mausoleo.
Sin embargo, al mismo tiempo que presumo de ser artemiseña, duele saber lo mucho que a diario se destina por parte del Estado para crecer como municipio, para llegar a ser —a más de 11 años de su primer día— la capital de esta provincia, más allá del nombre que le corresponde, por los augurios de un desarrollo sostenible, la hospitalidad de su gente, los servicios que se prestan…
No solo fueron ese par de fotos, traídas a mi correo por el fotógrafo Otoniel Márquez, las que generan esta reflexión, sino las tantas veces que en nuestras narices se hace, y poco después se deshace.
¿Seremos los artemiseños destructores por naturaleza? ¿Seremos tan malos constructores que ya en par de semanas, meses o a lo sumo algunos años, hay que destinar otra vez presupuesto, planes, fuerza de trabajo…? ¿No será la Educación Cívica de las asignaturas más aprobadas por la mayoría desde el nivel primario?
¿Quien paga, no chequea? ¿El control popular es solo tema de asambleas? ¿Por qué pensar “no nos toca”, a la hora de ver, denunciar, hacer por el municipio en el cual vivimos?
Esta vez fue un camión de no menos de dos toneladas que andaba libre de restricciones por el mismo lugar que ni siquiera bicicletas y motos pueden rodar, lo cual considero lógico.
Fue también un ampliroll colocado encima de un piso ya agrietado, pues habrá algún plan de restauración que devuelva otra vez esa estructura, diría alguien detrás de un buró, y volverá a ser retirado por otro vehículo de gran porte, que de seguro dejará huellas, pero no siempre duelen.
¿Cuánto durarán los 346 000 pesos que Artemisa destinó a su parque y otros lugares aledaños, si sumamos chicos sentados en los bancos, otros escribiendo en la glorieta o rayando la pintura hasta con los zapatos, muchos en compañía de sus padres o abuelos?
Terminó la Semana de la Cultura de los artemiseños, y a eso llamamos, a que se entienda la cultura, no en un concierto, en el redoblar de las campanas de la iglesia ni en un post en Facebook, sino en la cotidianidad, en el sentido común, en hacer más o hacer simplemente cuanto nos toca, pero mejor.
Recuerdo hace más de una década, aquellos comentarios de la veterana colega de la radio, Ofelia Robainas, titulados El parque Libertad pide auxilio, parte I, II, III…, pues pongamos la edición final de ese grito, y no sigamos echando por la borda el presupuesto de este municipio que tanto debe hacer para algún día sentirse la capital de Artemisa
Tomado de artemisadiario
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