Tenían razón nuestros maestros cuando en medio de la angustia o las travesuras nos hablaban de lo extraordinario de ser estudiantes. Repetían una y otra vez: “disfruten esta etapa; una vez fuera de la escuela, extrañarán tantos trajines”. Adolescentes al fin, lo veíamos lejano e incierto; era imposible notar cómo el tiempo pasaba frente a la pizarra, entre libros, lápices, notas y saberes.

Si nuestras calles vuelven a ser por estos días bullicio de gente que va y viene, fiesta multicolor de los pequeños que retornan al reencuentro con el pizarrón, y esperanza de un país que apuesta por una nueva normalidad es, en buena medida, porque en la «proa» de ese empeño colectivo han estado, con su fuerza descomunal, los estudiantes cubanos.