Danilo Felipe Díaz Rodríguez coronado en su tierra

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Por Reinier Del Pino

Fue Pretexto  el nombre de su peña en San Cristóbal y hoy el camino transitado es una jsutificación para abrirle la puerta del homenaje y que desfile grande, acompañado de sus hijos de papel.  Así llega a la feria del libro en Artemisa Danilo Felipe Díaz Rodríguez, un maestro sencillo, hombre atrincherado en el amor a su terruño de la Vuelta Abajo sin fronteras del occidente. A él se dedica la versión provincial de la Feria del Libro en Artemisa. Un acto de justicia al que llegan los lugareños con hambre de leer, luego de tanto encierro que trajo la pandemia.

Acompañan a Danilo en esta aventura su Collage Waterloo, El señor de los bucles, Las reglas del juego y cabalgando un unicornio su Galería de Arte contemporáneo con la Nota olvidada sobre un buró y DAFO para Gregorio, que es su más reciente propuesta literaria.

Artemisa dedica su feria a Danilo, porque le debe la provincia al hombre que la asumió su hogar y le fraguó como albacea de otras plumas una honda martiana con el sabor local. Desde la Sociedad Cultural José Martí iluminó con meticuloso oficio de pedagogo los sitios donde el apóstol dejó su huella y sirvió al lector su obra tan noble, sin reclamar aplausos. Porque Danilo no guarda para sí la enjundia. La replica en la universidad artemiseña, la sociedad cultural o un curso de escritores en la Uneac. Vive para enseñar desde las páginas o desde el aula.

Danilo Felipe es el escritor de la sugerencia, el que no deja al lector vacío y lo remite a la génesis de los asuntos, a la búsqueda de otras dimensiones de la vida posible y a la deconstrucción de una realidad que a veces intenta disfrazarse de idiosincrasia. Sus textos atestiguan una cultura vasta y un refinamiento estético que sabe traducir al lenguaje llano, sin aderezos más allá de la técnica.

Su decir ocurrente, cuestionador, de una deliciosa ironía invitan a la lectura, retan a la próxima página. Su pose de hombre serio, con ademanes de caballero circunspecto, velan a veces a un hombre modesto, familiar. Sonríe humilde y feliz el escriba y entonces uno puede ver que la identidad no es cuando el hombre reconoce una tierra como suya sino cuando esa tierra, la de Artemisa en este caso y también la de las palabras, el papel y la tinta, nos adoptan con una mezcla de cariño y gratitud.